jueves, 22 de enero de 2009

Ataque al "Invencible".

El 30 de Mayo de 1983, el Diario ABC de Madrid publicaba:

"No sé si el sacrificio de estos pilotos devolverá las Malvinas a su país. Pero sé otra cosa, tal vez más importante... que cuando, en adelante, se imaginen al argentino ya no pensarán en el gaucho típico, en el engominado cantante de tangos o en la presidente de revista. Pensarán en esos pilotos que han sabido morir por saber por qué vivían, privilegio hoy al alcance de muy pocos. Es lugar común decir que Argentina ha sido bendecida por todos los dones del cielo y de la tierra; pero sobre todo, ahora lo vemos, por sus hijos que se hicieron aviadores."

El 29 de mayo por la mañana, la 2da. Escuadrilla de Caza y Ataque de la Fuerza Aérea Argentina recibió la orden de alistar sus aviones para atacar un blanco ubicado a unas 80 millas al este de las Malvinas, en el radial 090°.
En la Base Aérea de San Julián, siendo las 10:30 horas, el jefe de la Escuadrilla de aviones Skyhawk A4C citó en su despacho a los jefes de escuadras para explicarles que se había planeado una muy difícil misión y que la misma se llevaría a cabo en conjunto con aviones Super Etendard de la Armada.
El objetivo, les dijo, era el portaaviones “Invencible” al que se había ubicado en la posición indicada. Cuando terminó de hablar, el oficial preguntó a sus hombres quien se ofrecía a ir pero un silencio profundo siguió a sus palabras. Al cabo de unos segundos se escuchó la voz del primer teniente Ernesto Rubén Ureta que quebrando el silencio dijo:
-Yo voy.
Casi al instante habló su compañero y amigo de muchos años, el primer teniente José Daniel Vázquez para decir:
-Yo también.
El jefe de aquellos hombres sintió una profunda emoción y una agradable sensación de orgullo al ver a sus hombres ofrecerse voluntariamente para una misión de la que se sabía, resultaría sumamente difícil regresar. Les explicó que Vázquez sería el jefe y que debían ser ellos los encargados de elegir a sus compañeros.
Ureta seleccionó al primer teniente Omar Jesús Castillo y a su compañero, el alférez Gerardo Guillermo Isaac. Un quinto piloto, el teniente Daniel Paredi, conduciría hasta Río Grande a un quinto aparato que haría las veces de reserva.Los cinco Skyhawks despegaron desde su base rumbo a Tierra del Fuego a las 12:45 y tras un vuelo sin inconvenientes, aterrizaron una hora después. Detrás de ellos, en un Learjet, viajaba el jefe de la Escuadrilla con los planes y cálculos de combustible que sus máquinas necesitarían para llevar a cabo la arriesgada incursión.

Se trataba de una misión sumamente compleja en la que los aviones deberían rodear el archipiélago a unas 200 millas por el sur, remontar luego hacia el norte y atacar a las naves enemigas ¡“desde el este”!. Para ese momento, volaban también hacia Río Grande los Super Etendard de la Marina, listos para unirse a sus hermanos de la Fuerza Aérea.
Al día siguiente, cuando todo estuvo listo, tuvo lugar la histórica misión. El primero en despegar, cerca del medio día, fue el capitán de la Armada Argentina Alejandro Francisco, seguido segundos después por su numeral, teniente Luís Antonio Collavino. Cinco minutos después partieron los A4C de Fuerza Aérea encabezados por su jefe, el primer teniente Vázquez a quien siguieron, en este orden, su segundo, el primer teniente Ureta y sus escoltas, el teniente Castillo y el alférez Isaac.
Ascendieron todos hasta los 12.000 pies y poniendo rumbo sudeste, con muy buen tiempo, se encontraron cincuenta minutos después, con los aviones cisternas KC-130.
Los ocho aparatos volaron juntos, a lo largo de 300 kilómetros, turnándose para efectuar la carga. Al alcanzar el punto convenido, los Hércules KC-130 se separaron y se alejaron lentamente hacia el continente mientras los cazas continuaban rumbo al este, adoptando formación de ataque.
Afortunadamente la lluvia era intensa y sirvió para que la sal no se cristalizara contra los vidrios y entorpeciese la visión. De todas maneras, hubo una pérdida de contacto visual que produjo un leve desvío de ruta. Sin embargo, el excelente sistema de navegación de los Super Etendard permitió a la formación corregir el rumbo y seguir adelante sin inconvenientes.
Volando rasantes sobre un mar embravecido y con absoluto silencio de radio para no advertir al enemigo, los cazas argentinos se aproximaron a las islas, comunicándose a través de señas. Todos rezaban para que nada fallase; se sabía que si el avión que transportaba el Exocet tenía problemas, la misión debería abortar.
La formación atravesaba el último pasaje previo al ataque cuando los Super Etendard ascendieron unos metros para emitir con el radar. Deberían hacerlo rápido para evitar su detección.

Un número considerable de ecos dispersos iluminó las pantallas de a bordo, demostrando una actividad naval enemiga poco convencional. Francisco y Collavino descendieron inmediatamente, seguros que se trataba de señales verdaderas y al ascender por segunda vez para detectar el blanco, el primero rompió el silencio para comunicar que había enganchado el blanco:
— ¡20 millas al frente en proa!. Disparo misil!
Los seis pilotos experimentaron una gran tensión pues sabían que un duro combate estaba por empezar. Francisco oprimió el obturador y lanzó el misil. Sus compañeros vieron al Exocet caer hacia las aguas y cuando parecía que iba a colisionar con ellas, observaron como encendía su motor y comenzaba a volar estabilizadamente al ras de la superficie. Los Super Etendard viraron hacia la izquierda y se alejaron. Era el turno de la Fuerza Aérea.
Volando a 30 metros del agua, los pilotos se concentraron sobre el objetivo, listos para abrir fuego con sus cañones.
De manera repentina el teniente Ureta vio estallar a su lado al avión del primer teniente Vázquez. El aparato, alcanzado por un Sea Wolf, dio una vuelta hacia adelante y estalló sin dar tiempo a su piloto a eyectarse. El alférez Isaac, que volaba muy cerca, sintió una impresionante sacudida, producto del estallido.Ureta, seguido por sus compañeros, siguió avanzando firmemente mientras los ingleses les disparaban con todo lo que podían. A bordo de sus naves sonaban las alarmas y la tripulación se arrojaba en busca de protección.
Poco después se deshizo en el aire el teniente Castillo.
Con un nudo en la garganta por la muerte de sus compañeros, pero sin dejarse amedrentar, los aviadores restantes continuaron volando hacia el objetivo a toda velocidad. Antes de disparar sus cañones, Ureta alcanzó a distinguir la inconfundible silueta del “Invincible”, con su pista de aterrizaje, la isla y las dos bochas blancas de los radomes de proa y popa.
Cuando tuvo al buque en la mira, Ureta disparó sus cañones pero solo salió una ráfaga corta porque los mismos se trabaron. Entonces se elevó y arrojó sus bombas en el momento en que iniciaba el salto por encima de la estructura, cruzando desde popa y escapando a la derecha. Detrás suyo el alférez Isaac avanzaba disparando sus ráfagas de metralla e impactando con sus proyectiles de 30mm el casco de la embarcación. Antes de chocar contra él se elevó y también arrojó su carga no sin antes comprobar que la nave parecía hallarse detenida ya que no se veía la típica estela blanca en el agua, detrás.
Cuando los pilotos iniciaban el viraje para efectuar la maniobra de escape, vieron que el barco se hallaba casi cubierto por gruesas columnas de espeso humo. En ese momento se perdieron ambos de vista pero minutos después reestablecieron el contacto mientras volaban con el mismo rumbo y silencio total de radio.
Mientras el portaviones británicos ardía a sus espaldas, los aviadores argentinos se encontraron en el punto establecido con el avión cisterna, el fiel Hércules KC-130, que volaba a 5000 metros de altura, sobre las azules aguas del mar. El tiempo era bueno y la visibilidad también.
Los pilotos tuvieron dificultad para embocar sus lanzas en las canastas de las mangueras debido a la enorme tensión que habían experimentado. Sin embargo, la operación se realizó sin inconvenientes y pudieron continuar.

Aterrizaron en Río Grande sin inconvenientes, primero Ureta y segundos después Isaac. Mucha gente los esperaba, entre ellos, el capitán Francisco y el teniente Collavino. La muerte de Vázquez y Castillo había causado pesar en el ánimo de todos. Los dos pilotos de la Fuerza Aérea se abrazaron y lloraron amargamente mientras sus compañeros de la Armada, que los observaban, sentían la pérdida como propia. Otros dos valientes argentinos habían caído para siempre en la helada inmensidad del Atlántico Sur, demostrando una vez más su coraje y su honor.
El 30 de mayo, el “Invincible” fue atacado con el último Exocet que le quedaba a la Argentina.

Fuente: "Malvinas: Guerra en el Atlántico Sur" (inédito) Alberto N. Manfredi (h)

¡VIVA LA PATRIA!

1 comentario:

  1. Lo terminé hoy. Sí, ni me digas. Un desastre. Re tarde. Es que ya sabés, cuando estás conectado casi ni hago, hablo con vos y algún otro que esté conectado, sino no hago nada más que hablar con vos. Y bue, además, este último tiempo por ahí posteo que me toma dos segundos y me voy...porque mika anda media rara...anda a saber jaja
    bue...la cosa en sí, es que lo terminé hoy. muyyy conmovedor...que increíble esto...que a pesar de que ya sabés que con esto de malvinas soy de hierro, me re llegó el relato...durísimo leerlo...osea...digo mierda que contradictorio en mí, esto de que me cago en mi patria pero me re llega que sean argentinos como yo...que si la historia fuera distintas quizás hoy ese sería nuestro presente...
    ja! y no digo más...porque sabés que me empaco mucho en algunas cosas que pienso...
    jaja y cambiando detema...yo vivo a unos metros del monumento a malvinas...siempre el 2 de abril...se reunen a conmemorar el día justamente ahí...sí, sí, re colgado...no des bola
    un besotototeee!!!

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